Aldara rebuscó con tiento aquello que había olvidado. Sus manos quedaron inmóviles cuando, bajo un legajo de cartas primorosamente atadas con lazo rojo, Aldara por fin encontró envuelto en papel de seda aquello que andaba buscando.
Sus jóvenes pero dolidas manos temblaron con impaciencia y temor al desenvolverlo.
Ahí estaba:
su propio corazón roto que aún latía.
Pero ahora, ¿quién lo recomprondría, hecho añicos como estaba? Aldara observó con detenimiento a la pequeña de cinco años mirándola a través de sus mismos ojos grandes y negros de cervatillo... y supo la respuesta.
Ahí estaba:
su propio corazón roto que aún latía.
Pero ahora, ¿quién lo recomprondría, hecho añicos como estaba? Aldara observó con detenimiento a la pequeña de cinco años mirándola a través de sus mismos ojos grandes y negros de cervatillo... y supo la respuesta.